Decidir implica pues una elección entre lo que tomamos y al mismo tiempo, a lo que renunciamos. Hay decisiones realmente sencillas: elegimos lo que más nos beneficia y renunciamos a lo perjudicial, lo dañino, lo displacentero. Pero qué pasa cuando las dos opciones son displacenteras o ambas son placenteras o, en el peor de los casos, la decisión es sobre una opción que me atrae en demasía y la otra realmente no pero es más favorable, correcta o socialmente aceptable.
Para aquellas decisiones complicadas de tomar porque confrontan valores o placeres, te propongo hacerte estas preguntas:
¿Lo estoy eligiendo entre varias opciones?
¿Lo elijo en libertad?
¿Lo que eligiera lo gritaría al mundo?
¿Repetiría la elección que tomo?
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