La intimidad es el contacto abierto, auténtico y amoroso que se establece entre un Tú y un Yo. Nace de la experiencia de saberme único e irrepetible, y de que por ello, formo una parte importante de algo que va más allá de mí mismo. Implica tomar conciencia de mi capacidad para recibir y dar; de que a lo largo de mi vida voy creando y al mismo tiempo soy creado.
El aislamiento surge cuando desconfío de mí mismo, creyendo que para ser aceptado debo ser diferente a lo que en esencia soy.
La mayoría de las personas, a pesar de tener relaciones de pareja, familiares y sociales
, se sienten aisladas, experimentando vacío y soledad.
El miedo a la intimidad, el temor de ser heridos, impide formar vínculos afectivos auténticos, obstaculizando el lograr un contacto profundo, cálido y amoroso con aquellos que son significativos para nosotros.
La intimidad nos coloca en una posición de vulnerabilidad, pues implica confianza, entrega, receptividad, etc.
Nacemos dentro de un íntimo vínculo con la madre, al que posteriormente se anexan las personas que forman nuestro mundo infantil, como pueden ser: el padre, los hermanos, los abuelos, etc.
En esta primera etapa de nuestra vida, podemos aprender a tener confianza en nosotros mismos al ser aceptados y amados por las personas que nos rodean. O bien, concluir que la cercanía con el otro nos expone a sufrir profundas heridas, llegando a creer que tenemos que ser diferentes y mejores de lo que somos; naciendo así una desconfianza que corre en 2 direcciones: por un lado, aquellos que me aman me hieren, y por el otro, yo no soy lo suficientemente valioso para ser amado.
Y así, generamos mecanismos que nos auto-protegen y nos aíslan, ya sea a través de la franca hostilidad o, tratando perennemente de elaborar una personalidad digna de ser amada por los demás.
De esta manera, vivimos añorando volver a experimentar ese sentimiento de pertenencia, de estrechar y ser estrechados sin miedo ni reserva, siendo Yo mismo el que ama y es amado.
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